Segundo día de mi trabajo nuevo. Adaptándome a todo: horarios, ritmos, velocidad, maquinaria, rutinas, dimensiones espaciales, personas, productos, tareas, etc. Muchas horas. Mucho dolor de pies. Pero con muchas ganas. Con una sonrisa bien plantada para el cliente. Con toda mi energía en intentar hacerlo todo bien, en superarme, en aprender, en ser eficiente y eficaz. Intentando que no se note ni cansancio ni mi torpeza/inexperiencia en mis movimientos. Barullo de gente, gente, ruido...
Llevaba más o menos ritmo. Había gente, estaba sin parar, un cliente tras otro. Mientras, más clientes esperando. Intentando ofrecer "calidad", esa calidez en el trato personal, pero con la prisa que requería el momento... Atiendo a una señora, atiendo a un caballero, atiendo a una jóven, ... cada cosa en una bolsita, todo al gusto o necesidad del cliente... Si por favor, me lo envuelve, me lo pone todo junto, cada cosa por separado, etc.
Atiendo a un hombre mayor, le doy su compra, le doy su cambio, y le despido para empezar con el siguiente. El hombre, me para un momento, y me pregunta: "¿Me puede hacer usted un favor?". Yo, le respondí "¡Sí claro! Por supuesto, dígame" pensando que querría alguno de esos detalles que he mencionado... porque cada cosa va a ser para una persona distinta, porque si no le importa es que me pesa mucho, me gustaría que me pusiera esto otro, patatín patacual... Pero aceptando de plano que era alguna de esas cositas, que, sin ningún problema, yo le iba a intentar solucionar. (Aún fuera del trabajo, cuando me piden un favor, siempre que puedo, suelo hacerlo). A lo que el anciano me responde: "No pierda usted nunca esa bonita sonrisa".
¡Zás! En toda la boca... Es de estos momentos en que el ruido se hace un poco más silencio, y te quedas sin palabras, en que piensas "sólo por esto, hoy me ha merecido la pena todo el esfuerzo de lo que es este trabajo". Sólo pude decirle que lo intentaría, ya que a mí tampoco me gustaría perderla. Y el señor, me dio las gracias, al obtener mi contestación, y se fue.
No fue algo por cumplir, ni por ligar, ni un chiste o una broma, ni una apuesta... Nadie ganaba ni perdía nada con eso. Se notaba en sus palabras tanta sinceridad como se notaba en mis sonrisas, con esa inocencia de nueva, con ese intento de cercanía a las personas...
Y si me da por pensar... puedo pensar tantas cosas... ¿¡Cuánta sabiduría llevaría pegada, adherida, esa frase?! Y más, viniendo de una persona mayor, que aún encierra mucha más sabiduría... ¿Estaría hablando del trabajo? ¿Estaría hablando de la vida? ¿Estaría hablando de superar momentos difíciles? ¿Estaría hablando de la complicidad, de la cercanía, de la calidez, de la humanidad, de las relaciones humanas...?
En cualquier caso, fue una anécdota para recordar, y para sonreír. Y que, sin duda, sonrío y sonreiré cada vez que la recuerde, a pesar de que ocurrió con un desconocido que, probablemente no vuelva a ver, o si nos volvemos a ver no nos reconozcamos ni nos acordemos de nuestras caras, aunque recordemos "la lección".
Un momento fugaz, una reacción inesperada dentro de una situación común; algo que hizo "extraordinario" lo ordinario. :)
Llevaba más o menos ritmo. Había gente, estaba sin parar, un cliente tras otro. Mientras, más clientes esperando. Intentando ofrecer "calidad", esa calidez en el trato personal, pero con la prisa que requería el momento... Atiendo a una señora, atiendo a un caballero, atiendo a una jóven, ... cada cosa en una bolsita, todo al gusto o necesidad del cliente... Si por favor, me lo envuelve, me lo pone todo junto, cada cosa por separado, etc.
Atiendo a un hombre mayor, le doy su compra, le doy su cambio, y le despido para empezar con el siguiente. El hombre, me para un momento, y me pregunta: "¿Me puede hacer usted un favor?". Yo, le respondí "¡Sí claro! Por supuesto, dígame" pensando que querría alguno de esos detalles que he mencionado... porque cada cosa va a ser para una persona distinta, porque si no le importa es que me pesa mucho, me gustaría que me pusiera esto otro, patatín patacual... Pero aceptando de plano que era alguna de esas cositas, que, sin ningún problema, yo le iba a intentar solucionar. (Aún fuera del trabajo, cuando me piden un favor, siempre que puedo, suelo hacerlo). A lo que el anciano me responde: "No pierda usted nunca esa bonita sonrisa".
¡Zás! En toda la boca... Es de estos momentos en que el ruido se hace un poco más silencio, y te quedas sin palabras, en que piensas "sólo por esto, hoy me ha merecido la pena todo el esfuerzo de lo que es este trabajo". Sólo pude decirle que lo intentaría, ya que a mí tampoco me gustaría perderla. Y el señor, me dio las gracias, al obtener mi contestación, y se fue.
No fue algo por cumplir, ni por ligar, ni un chiste o una broma, ni una apuesta... Nadie ganaba ni perdía nada con eso. Se notaba en sus palabras tanta sinceridad como se notaba en mis sonrisas, con esa inocencia de nueva, con ese intento de cercanía a las personas...
Y si me da por pensar... puedo pensar tantas cosas... ¿¡Cuánta sabiduría llevaría pegada, adherida, esa frase?! Y más, viniendo de una persona mayor, que aún encierra mucha más sabiduría... ¿Estaría hablando del trabajo? ¿Estaría hablando de la vida? ¿Estaría hablando de superar momentos difíciles? ¿Estaría hablando de la complicidad, de la cercanía, de la calidez, de la humanidad, de las relaciones humanas...?
En cualquier caso, fue una anécdota para recordar, y para sonreír. Y que, sin duda, sonrío y sonreiré cada vez que la recuerde, a pesar de que ocurrió con un desconocido que, probablemente no vuelva a ver, o si nos volvemos a ver no nos reconozcamos ni nos acordemos de nuestras caras, aunque recordemos "la lección".
Un momento fugaz, una reacción inesperada dentro de una situación común; algo que hizo "extraordinario" lo ordinario. :)
Preciosa vivencia, buena entrada.. ¡Sigue así!
ResponderEliminar¡Ah! y... ¡No pierdas nunca esa sonrisa! ;)
muchas gracias!! :)
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