Así es como se titulaba un extenso artículo de la revista "CUERPOMENTE", la cual recomiendo, en su número 259, escrito por BET FONT (psicoterapeuta) y VÍCTOR AMAT (psicólogo). Una pena no haber encontrado el artículo directamente en internet para pasároslo, pero aunque tarde más, lo copiaré para que podáis leerlo. (De esto hace ya bastantes meses...)
Para mí fue importante leerlo ya que, cuando hablamos de EMPATÍA, solemos entender que es ponerse en el lugar del otro. Pero no sólo ponerse en el lugar del otro como para comprender su situación, no para dar consejos, ... sino para legitimar sus sentimientos, dar validez a lo que siente. En ocasiones "nos ponemos en el lugar del otro" e inmediatamente después viene la frase "si yo fuera tú..." como si hubiésemos comprendido lo que le pasa, pero nosotros hubiésemos actuado de otra manera; como si no debiese de sentirse así, evitando que siga sufriendo de alguna manera, olvidando que cada persona tiene sus procesos, y las situaciones en sí mismas tienen unas fases por las que vamos pasando cada cual a su tiempo y con su intensidad, y que es necesario pasar por ellas.
En el artículo hablan sobre el exceso de empatía y sobre la falta de una empatía útil o saludable, que era el punto que más me interesó. Sobretodo impacta con un claro ejemplo el último párrafo, donde se puede entender claramente lo de validar los sentimientos del otro, y no sólo "ponerse en su lugar". Aunque personalmente la frase "está bien sentirse así" no me parece la más adecuada entendiendo como "bien" algo "correcto", sino que yo lo entiendo como "válido". Está bien que te sientas así, es válido que te sientas así, normal, entiendo que sientas eso.
Muchas veces he oído decir "te entiendo" ante una situación, "te apoyo", pero sin embargo tener la sensación esa de "no le están dejando llorarlo", como si intentasen acabar con su sufrimiento sin dejarme desahogar, como si no debiera sentirse así, como si no estuviera empatizando de verdad, diciéndole que todo saldría bien (sin saberlo a ciencia cierta) y lo único que querían era que esa situación terminase.
Espero que os guste. Lo copio tal cual.
(Las imágenes no eran del artículo)
Para mí fue importante leerlo ya que, cuando hablamos de EMPATÍA, solemos entender que es ponerse en el lugar del otro. Pero no sólo ponerse en el lugar del otro como para comprender su situación, no para dar consejos, ... sino para legitimar sus sentimientos, dar validez a lo que siente. En ocasiones "nos ponemos en el lugar del otro" e inmediatamente después viene la frase "si yo fuera tú..." como si hubiésemos comprendido lo que le pasa, pero nosotros hubiésemos actuado de otra manera; como si no debiese de sentirse así, evitando que siga sufriendo de alguna manera, olvidando que cada persona tiene sus procesos, y las situaciones en sí mismas tienen unas fases por las que vamos pasando cada cual a su tiempo y con su intensidad, y que es necesario pasar por ellas.
Muchas veces he oído decir "te entiendo" ante una situación, "te apoyo", pero sin embargo tener la sensación esa de "no le están dejando llorarlo", como si intentasen acabar con su sufrimiento sin dejarme desahogar, como si no debiera sentirse así, como si no estuviera empatizando de verdad, diciéndole que todo saldría bien (sin saberlo a ciencia cierta) y lo único que querían era que esa situación terminase.
Espero que os guste. Lo copio tal cual.
(Las imágenes no eran del artículo)
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"La palabra empatía se escucha cada vez más, aunque una cosa es la teoría y otra la práctica. No es fácil ponerse en la piel del otro y aceptar sus sentimientos, sean del cariz que sean. Ejercitar esa facultad, sin embargo, resulta esencial para poder ayudarnos unos a otros.
La semana pasada estábamos en un parque infantil. Mientras nuestros hijos jugaban, de pronto otro niño se cayó desde lo alto de un tobogán. Al levantarse del suelo vio cómo la sangre manaba de sus labios y se asustó mucho, llorando desconsolado. Todos nos acercamos corriendo para socorrerle. El pequeño gemía en medio de u coro de voces bienintencionadas que le decían "¡No llores!" "¡No es nada!, ¡sólo es un poco de sangre!" La madre lloraba también, mientras lo abrazaba gritando "¡Ay, mi niño!". Todos nos esforzamos en ayudar, y sin embargo nos quedó la sensación de que tal vez no habíamos acompañado bien al pequeño. ¿Le resultábamos útiles para calmar su pena y su dolor? ¿Fuimos capaces de hacerle saber que comprendíamos lo que necesitaba?
Suele asociarse la empatía con sufrir y sentir aquello que el otro siente. La propia etimología de la palabra remite al concepto griego de "pathos" o sufrimiento. No obstante podría decirse que algunas personas empatizan mucho y se preocupan por las demás casi constantemente, mientras que otras ni siquiera son capaces de percibir cuándo el otro se siente vulnerable o feliz.
La empatía saludable nos permite participar de los sentimientos de los que nos rodean y congratularnos o dolernos con ellos; ayuda por tanto a vivir en armonía con el entorno. Acompañar a los demás y hacerlo bien contribuye a mejorar la calidad de las relaciones, lo que redunda en una mayor sensación de plenitud y autoestima. Nadie puede vivir solo, aislado de los sentimientos de los demás, pero cuidado: nadie debería vivir inmerso eternamente en la turbulencia de la emocionalidad propia y ajena.
CUANDO LA EMPATÍA DUELE
En las relaciones humanas saber compartir los acontecimientos vitales, las crisis, las alegrías y las experiencias dolorosas de los demás forma parte del arte del buen vivir, por ello conviene estar atento a lo que sucede a nuestro alrededor. Sin embargo, para muchas personas este tipo de sintonía se convierte en una pesada carga si no consiguen establecer una separación entre lo que les ocurre a los otros y lo que les sucede a ellas mismas.
Sufrir en demasía por un hijo puede suponer un lastre para su desarrollo; padecer a todas horas por una pareja, una familiar o un amigo no solo no suele ayudar a resolver las dificultades sino que puede hacernos sentir desgraciados e incompetentes.
Muchas personas que apdecen dolores crónicos y depresión suelen comentar que se pasan la vida padeciendo por los demás. Por supuesto, como ya hemos dicho, es importante preocuparese por los que nos importan pero hay que saber distinguir cuándo nuestra capacidad de copartir las emociones excede lo saludable y lo útil. Una buena pregunta cuando nos damos cuenta de que estamos empatizando en exceso es: ¿Está colaborando mi malestar a que el otro se sienta mejor?
LA CRUZ DE CADA UNO
Cuando por empatía nos invade la angustia por lo que le sucede al otro, solemos abordar la situación de diferentes maneras. Tal vez sermoneamos a la persona sin demasiado éxito, o actuamos directamente realizando acciones que nadie nos ha pedido. Marina Solsona, psicoterapeuta y experta en constelaciones familiares, suele decir, aplicando la frase en sentido literal, que cada persona cargue con su propia cruz. Quizá entendemos la empatía como pretender arrancársela de sus manos para tirarla o llevarla nosotros, sin embargo en muy pocas ocasiones se nos agradece el gesto, incluso a menudo la persona resulta ofendida por nuestro empático intento de ayudarla.
PRESTAR ATENCIÓN
Nuestra propuesta, por tanto, no es dejar de preocuparnos y ayudar a quien queremos, sino aprender a hacerlo de forma más adecuada.
Resulta más fácil decirlo que hacerlo, pero la primera etapa de la empatía saludable empieza prestando atención a aquellos que nos importan.
El mensaje de la empatía es: "Entiendo qué pasa y valido cómo te sientes.
Está bien sentirse así".
Por ejemplo, poner nuestra agudeza sensorial al servicio de nuestro interlocutor puede ayudarnos a comprenderle mejor sin invadir su experiencia. Solemos tener el hábito de traducir aquello que observamos en el otro a nuestro propio idioma, lo que lleva a extraer conclusiones de lo que ocurre en base a nuestras experiencias, historias personales y expectativas.
Pero si realmente queremos empatizar no hay nada peor que pretender que los demás vivan las cosas exactamente como nosotros y que, consecuentemente, actúen como nos parece correcto. Observar, escuchar y permitirse sentir es el paso previo a un buen acompañamiento; interesarse por el otro, preguntándole y mostrando interés, puede ayudarnos a formarnos una idea más clara de lo que está viviendo.
LA EMPATÍA SE EJERCITA
Cuando nos cuesta empatizar con alguien una buena manera de empezar puede ser practicar un par de veces por semana la siguiente propuesta ¿Cómo sería mi vida si fuera él o ella? Es un ejercicio que no debe durar más que unos pocos segundos.
Por ejemplo, si uno de nuestros hijos se muerde las uñas, podemos preguntarnos "¿Cómo sería morderme las uñas? ¿Qué aporta eso de satisfactorio?" Y si tiendes a empatizar demasiado, pregúntate "¿Me sienta bien esto que pasa? ¿Mi sufrimiento atenúa el dolor del otro?".
Al principio ambas prácticas no resultan fáciles, pero perseverando se logran mejoras en poco tiempo. Poner en marcha este tiempo de empatía creativa nos acerca al prójimo y brinda opciones para ver las cosas de otra manera.
EL CONSEJO INNECESARIO
El consejo suele pertenecer a nuestro modelo de mundo.
En ocasiones nos puede angustiar tanto lo que le ocurre al otro que nos precipitamos a aconsejarle. Pero conviene recordar que si la persona pudiera hacer de inmediato lo que le decimos, no tendría esos problemas. Ser paciente con los demás y respetar sus tiempos, sin dar consejos obvios o no solicitados, es un camino real hacia la empatía.
ATENDER SIN ENJUICIAR
Si un consejo dado nunca es seguido, es un indicador de que no estamos siendo suficientemente empáticos... o de que quizá lo estamos siendo demasiado. Sería preferible adoptar un enfoque del tipo "no sé" que nos permita calibrar, sin ideas preconcebidas, aquello que la persona está vivenciando. Cuando somos capaces de enfocar nuestra atención sin actuar precipitadamente ni enjuiciar, podemos abrir la puerta a una conexión de confianza que nos conduzca a la empatía genuina. Por el simple hecho de ser mirada desde esa perspectiva la persona se siente validada sin sentirse juzgada, lo que amplía la posibilidad de comprender al otro.
La empatía podría ser definida como el arte de que el otro se sienta comprendido, aunque ese arte no se basa tanto en comprender como en ser capaz de enviar señales inequívocas de que podemos entender lo que le ocurre al otro. ¿Quién no tuvo en la infancia la sensación de que sus padres eras incapaces de demostrarle que le entendían? Nos sentíamos frustrados y quizá decíamos "no me quieren, no me entienden" por cosas que posiblemente ellos habían vivido a su vez.
UN CAMPO DE COMPRENSIÓN
Este es el sentido de la empatía: conectar con la experiencia de quien nos importa para crear un campo de comprensión entre ambos que le permita al otro encontrar la fórmula de gestionar lo que le acontece. Equivaldría, en el ejemplo del principio, a poder admirar la cruz que lleva la otra persona y ofrecerle un reconocimiento ante tan pesada carga. Esa podría ser una eficaz manera de ser empático.
En cada situación existen, por lo menos, tres posiciones de percepción. La primera hace referencia a unos mismo: ¿cómo percibo lo que pasa? ¿qué pienso acerca de ello?. La segunda posición se refiere a cómo el otro vivencia la experiencia: ¿cómo sería esta situación si yo fuera el otro?. En una tercera posición visualizamos como observadores lo que está ocurriendo en ese instante.
No es raro estar anclados en la primera posición y considerar la realidad solo desde nuestro punto de vista; es ahí donde puede resultar enriquecedor ponerse en la segunda. en una discusión equivaldría a ser capaz de enfundarse en el papel del otro para experimentar la situación desde ahí.
La empatía es una manera emocionalmente inteligente de emplear este cambio de perspectiva. La asertividad, en cambio, es la capacidad de ponernos en la primera posición, es decir, volver a nuestro propio lugar. Una persona que ejercita el don de colocarse en la piel del otro puede anticiparse a lo que el otro va a sentir y ser de gran ayuda en momentos de dificultad.
LA EMPATÍA ÚTIL
Asimismo, en los momentos de alegría y felicidad, poder experimentar la posición del otro nos garantiza acompañar la experiencia de manera más rica. No hace mucho, la pediatra que atendía a nuestro hijo le advertía: "La inyección duele, pero me parece que llorarás sólo un pquito". Con ello logró que el pequeño soportara el pinchazo estoicamente y sin derramar una lágrima.
En estos casos, ratificar la experiencia del otro da lugar a un buen acompañamiento que facilita cualquier acción posterior. A diferentes niveles el mensaje es: "Entiendo lo que pasa y valido cómo te sientes. Está bien sentirse así".
Ese es el punto crucial. cuando nuestra angustia no mejora el estado del otro, ni tan siquiera permite al otro sentirse como se siente, es cuando hay que dar paso a la empatía útil.
SENTIMIENTOS LEGÍTIMOS
En una ocasión visitamos a una enfermera que había perdido a un hijo recién nacido. Estaba muy deprimida. Como tenía ya un niño de cuatro años y una niña de dos, todo el mundo intentaba animarla. Le preguntaban cómo estaba y luego le aconsejaban: "Tienes otros dos hijos, por lo que deberías estar contenta y tirara adelante".
Ese es un ejemplo poco eficiente de empatía. Si prestamos atención al otro, cabe darse cuenta de que la tristeza y la rabia son reacciones naturales en un caso así. Poniéndonos en su lugar probablemente nos demos cuenta de que el hecho de tener dos hijos no te restituye la pérdida del bebé que murió.
La empatía genuina nace con la idea de que la persona que sufre se sienta validada en su experiencia, así que decirle: "¿Cómo no vas a estar mal? ¿Qué saben ellos?" era una manera de expresar que comprendíamos lo que pasaba. Entre sollozos dijo: "No me han dejado llorarlo". Poder hablar de eso nos permitió, con el tiempo, crear un ritual para ayudarla a seguir adelante al tiempo que podía despedirse de su bebé.
Esa es la base de la empatía útil: poder mirar a la persona como a esa criatura que experimenta una emoción o una situación concreta y hacer saber, simplemente que está bien sentirse así."
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