¡Qué chiquitico se me ha quedao' Octubre! ... :(
Tenía muchas cositas que me hubiera gustado compartir, pero hasta ahora no me he sentado frente al ordenador, y algunas ya se me han perdido por la cabeza... ay ay, jeje.
Y es que el tiempo pasa volando... O bueno, volando no, pero a veces las personas pasamos tanto tiempo "viviendo deprisa", repitiendo las rutinas tan cronometradas, cuadriculadas y aceleradas, separados de una vida "natural", intentando alterar incluso ritmos biológicos, desapercibiéndonos de algunos aspectos esenciales ( entendiéndose por eso la "esencia" de las cosas)... que te das cuenta de que pasa el tiempo cuando ves que tus uñas ya necesitan cortarse, si es que no te las has mordido ya por el estréss... y ni para cortarlas tienes tiempo, porque siempre tienes otras cosas que hacer. Ni qué decir tiene, para tomar un café con un/a amigo/a...
O cuando te baja la menstruación y piensas, "¡ostras!, ¿ya ha pasado un mes?".
O cuando llega la factura de la luz y dices "¿ya? ¿otra vea? ¿ya han pasado dos meses?"
Pero sobretodo, yo creo que cuando más te das cuenta es cuando llevas, aunque sean sólo un par de semanas, sin ver a un/a pequeñajo/a ( a tu hijo/a, sobrino/a, primo/a... ), y te sorprendes porque parece que ha crecido un montón... Es, como si te dieras cuenta, justo en ese preciso momento, de que te estás perdiendo muchos momentos...
Te enterneces un poco... Pero tras irnos a dormir con esa pequeña reflexión, preguntándonos si vivimos para trabajar o trabajamos para vivir, si estamos pasando demasiado tiempo fuera, en cuáles son nuestras prioridades, si lo estamos haciendo bien, a dónde vamos por este camino, si es el que camino que realmente queremos... Al día siguiente, suena el despertador, y de nuevo más de lo mismo.
El otro día, estaba en el trabajo colocando unas cajas, como parte de mis tareas diarias, cuando descubrí dentro de mí misma, en mi paladar, el sabor amargo del café, que no es santo de mi devoción, pero al que llevo un tiempo aficionada por intentar mantenerme más despierta, en la búsqueda de su efecto activo.
Ahí agachada, de repente, notando ese sabor amargo como si de reflujo se tratase, con la boca seca y la saliba pastosa, deseando terminar la faena, mirando el reloj de reojo para que por fin terminasen las incontables horas, ... me trasladé a un escenario mucho más lóbrego, como mi fantasiosa imaginación acostumbra a transportame de vez en cuando, y a lo que estoy agradecida, aunque parezca un poco locura.
Me sentía, no sé por qué (porque nunca he sido como lo que imaginaba, y por tanto nunca me he podido sentir así, ni podré sentirlo fehacientemente), como un hombre de unos 40-50 años, cansado, en un despacho, a altas horas de la madrugada. Tenía a mis espaldas un sencillo ventanal, algo más grande que una ventana normal. Permanecía sentado, en una vieja silla giratoria, con unos estrechos apoyabrazos, pero con un gran respaldo, ante una mesa donde tenía muchos documentos, bolígrafos, un teléfono o dos, y un ordenador, que recuerde. La noche estaba ahí fuera, y yo ahí dentro, intentando quizás descifrar algún caso, o que me cuadrasen algunas cuentas, o intentando levantar un negocio que no ha ido muy bien, o terminando algún encargo, ... No lo sé, pero en cualquier caso, no parecía muy contento, como si estuviera allí por obligación.
Estaba fumando. Ese sabor a alquitrán que tanto acompaña al del café, estaba aparcado en mi boca. Y ese cigarro colgando de mis labios, que parecía que ni fú ni fá me hacía, sino que más bien estaba ahí como una de esas rutinas de las que hablaba antes, que adquirimos a veces sin querer, intentando distraernos, usándolo como excusa para hacer un descanso.
Aparte de la negrura de la noche, dentro del despacho también había oscuridad, excepto por el pequeño foco de una lámpara que apuntaba al centro de la mesa, por donde aparecían y desparecían los caminos del humo entre la luz y las tinieblas.
Sí, parecía aburrido y cansado. No sé si del trabajo, o de la vida. Aceptando que eso era así, y que seguiría siendo así. Me sentía... insípido, si es que un sabor puede definir un estado de ánimo... Como si el tabaco y el café hubieran aburrido (perdón por repetir) a mis papilas gustativas, las hubieran saturado, colapsado, y no pudieran apreciar ya ningún otro sabor...
Era como si estuviera acostumbrado a que la noche me pillara en aquella habitación, y mi piel llevara mucho tiempo sin recibir la luz natural del sol, o mi olfato estuviera castigado sin poder disfrutar de los olores del viento en pleno campo... Incluso, me atrevería a decir que se notaba la ausencia de una vida social, y la tristeza o aceptación de perder mucha vida familiar...
Vaya usted a saber por qué estuve allí... Pero ya regresé, y aunque cada vez que ese sabor venga a mí, lo recuerde, espero no estar mucho tiempo por allá...
Os invito a llevar esas reflexiones más allá el ratito de antes de dormir... Buenas noches ;)
Tenía muchas cositas que me hubiera gustado compartir, pero hasta ahora no me he sentado frente al ordenador, y algunas ya se me han perdido por la cabeza... ay ay, jeje.
Y es que el tiempo pasa volando... O bueno, volando no, pero a veces las personas pasamos tanto tiempo "viviendo deprisa", repitiendo las rutinas tan cronometradas, cuadriculadas y aceleradas, separados de una vida "natural", intentando alterar incluso ritmos biológicos, desapercibiéndonos de algunos aspectos esenciales ( entendiéndose por eso la "esencia" de las cosas)... que te das cuenta de que pasa el tiempo cuando ves que tus uñas ya necesitan cortarse, si es que no te las has mordido ya por el estréss... y ni para cortarlas tienes tiempo, porque siempre tienes otras cosas que hacer. Ni qué decir tiene, para tomar un café con un/a amigo/a...
O cuando te baja la menstruación y piensas, "¡ostras!, ¿ya ha pasado un mes?".
O cuando llega la factura de la luz y dices "¿ya? ¿otra vea? ¿ya han pasado dos meses?"
Pero sobretodo, yo creo que cuando más te das cuenta es cuando llevas, aunque sean sólo un par de semanas, sin ver a un/a pequeñajo/a ( a tu hijo/a, sobrino/a, primo/a... ), y te sorprendes porque parece que ha crecido un montón... Es, como si te dieras cuenta, justo en ese preciso momento, de que te estás perdiendo muchos momentos...
Te enterneces un poco... Pero tras irnos a dormir con esa pequeña reflexión, preguntándonos si vivimos para trabajar o trabajamos para vivir, si estamos pasando demasiado tiempo fuera, en cuáles son nuestras prioridades, si lo estamos haciendo bien, a dónde vamos por este camino, si es el que camino que realmente queremos... Al día siguiente, suena el despertador, y de nuevo más de lo mismo.
El otro día, estaba en el trabajo colocando unas cajas, como parte de mis tareas diarias, cuando descubrí dentro de mí misma, en mi paladar, el sabor amargo del café, que no es santo de mi devoción, pero al que llevo un tiempo aficionada por intentar mantenerme más despierta, en la búsqueda de su efecto activo.
Ahí agachada, de repente, notando ese sabor amargo como si de reflujo se tratase, con la boca seca y la saliba pastosa, deseando terminar la faena, mirando el reloj de reojo para que por fin terminasen las incontables horas, ... me trasladé a un escenario mucho más lóbrego, como mi fantasiosa imaginación acostumbra a transportame de vez en cuando, y a lo que estoy agradecida, aunque parezca un poco locura.
Me sentía, no sé por qué (porque nunca he sido como lo que imaginaba, y por tanto nunca me he podido sentir así, ni podré sentirlo fehacientemente), como un hombre de unos 40-50 años, cansado, en un despacho, a altas horas de la madrugada. Tenía a mis espaldas un sencillo ventanal, algo más grande que una ventana normal. Permanecía sentado, en una vieja silla giratoria, con unos estrechos apoyabrazos, pero con un gran respaldo, ante una mesa donde tenía muchos documentos, bolígrafos, un teléfono o dos, y un ordenador, que recuerde. La noche estaba ahí fuera, y yo ahí dentro, intentando quizás descifrar algún caso, o que me cuadrasen algunas cuentas, o intentando levantar un negocio que no ha ido muy bien, o terminando algún encargo, ... No lo sé, pero en cualquier caso, no parecía muy contento, como si estuviera allí por obligación.
Estaba fumando. Ese sabor a alquitrán que tanto acompaña al del café, estaba aparcado en mi boca. Y ese cigarro colgando de mis labios, que parecía que ni fú ni fá me hacía, sino que más bien estaba ahí como una de esas rutinas de las que hablaba antes, que adquirimos a veces sin querer, intentando distraernos, usándolo como excusa para hacer un descanso.
Aparte de la negrura de la noche, dentro del despacho también había oscuridad, excepto por el pequeño foco de una lámpara que apuntaba al centro de la mesa, por donde aparecían y desparecían los caminos del humo entre la luz y las tinieblas.
Sí, parecía aburrido y cansado. No sé si del trabajo, o de la vida. Aceptando que eso era así, y que seguiría siendo así. Me sentía... insípido, si es que un sabor puede definir un estado de ánimo... Como si el tabaco y el café hubieran aburrido (perdón por repetir) a mis papilas gustativas, las hubieran saturado, colapsado, y no pudieran apreciar ya ningún otro sabor...
Era como si estuviera acostumbrado a que la noche me pillara en aquella habitación, y mi piel llevara mucho tiempo sin recibir la luz natural del sol, o mi olfato estuviera castigado sin poder disfrutar de los olores del viento en pleno campo... Incluso, me atrevería a decir que se notaba la ausencia de una vida social, y la tristeza o aceptación de perder mucha vida familiar...
Vaya usted a saber por qué estuve allí... Pero ya regresé, y aunque cada vez que ese sabor venga a mí, lo recuerde, espero no estar mucho tiempo por allá...
Os invito a llevar esas reflexiones más allá el ratito de antes de dormir... Buenas noches ;)
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