jueves, 6 de marzo de 2014

Donde nada es seguro...


¿Qué hacer si te encuentras un acantilado que destila amor y buenos deseos...?

Muchas veces es difícil encontrar las palabras más apropiadas para expresar lo que sentimos.
Para empezar, debemos tener claro lo que sentimos, y a veces es precisamente ahí donde radica el problema, cuando hay dudas.

Imaginariamente, para visualizarlo mejor, podríamos decir que vamos por una senda. Acostumbrados a ir por esa senda, aun con nuestros imprevistos, nuestras caídas, nuestros cansancios, nuestros ánimos, nuestras sorpresas, etc. seguimos en la dirección que espero, conscientemente en su mayoría, elegimos día a día. A veces, llevamos una compañía, y otras veces, otra, incluso, vamos andando ratitos a solas con nosotros mismos.

Esta senda no es un rumbo fijo, es decir, le van saliendo caminitos, atajos, cruces, ... por los que decidimos o no pasar, o bueno, a veces incluso con mayor o menor proporción de decisión propia. Y así, poco a poco, se va, o vamos, construyendo nuestro camino. Con lo cual, no sé hasta qué punto, tenemos tan sólo un camino marcado, sino que lo vamos haciendo, cada cual el suyo, personalizado.
Eso, por un lado.



Por otro lado, quería hablar de la locura y del miedo. Los cambios es cierto que son oportunidades, pero ¿cómo afrontamos esos cambios? ¿cómo nos preparamos para ellos, si es que podemos prepararnos, si acaso no son un giro inesperado de las circunstancias que nos rodean, e intentamos que no nos bloqueen?
Hablo de algo más allá del miedo al cambio, al salto (que ya hemos dado otras veces), de las dudas de tomar decisiones apropiadas o equivocadas, de cuestiones alejadas de la cobardía o la valentía. ¿Qué es más locura: saltar, o permanecer donde estamos?

Hablo de ir tranquilamente, pero no viendo la vida pasar, sino sabiendo firmemente por dónde pisas, eligiendo tus caminos, paso a paso, enfocando y apostando todo por tus objetivos, por tus metas, seguro de ti mismo, contento, cómodo... Y que de repente, te ronde un acantilado.

El mismo acantilado se aparece una y otra vez al ladito de tu camino. Al mirar hacia abajo, ese acantilado sólo tiene suaves, confortables, blanquitas y almidonadas almohadas, como si se tratase de un suelo de nubes preparado para ti, acompañado por una inmensa variedad de flores de colores, de agradables olores y música alegre, y sientes como que, si todo eso hirviese, seguramente saldrían evaporados miles de corazones rojos, como pompitas que flotan hacia arriba. Una imagen de lo más tierna, arropadora, que en principio transmite seguridad, confianza, cariño, acompañamiento, risas, ... una aparente felicidad prometida, algo muy atractivo. Pero, al no haber estado nunca tan cerca de un acantilado con ese contenido, por prometedor que sea, hay dudas. Muchas dudas. Y te preguntas... ¿qué habrá detrás de todas esas flores y almohadas?

No sólo por lo que habría que renunciar del resto del camino, pues ahí abajo (sin que eso suponga "bajar" ni "rebajar" nada, sino como algo metafórico) existen otras oportunidades y otros caminos que podría tomar, y con los que también ganaría experiencias y aprendería muchas cosas, probablemente. Si no, (además de tener que modificar parte de las decisiones actuales) entre otras cosas, por no estar segura de lo que vendrá. De no estar segura, de la opción que más feliz puede hacerme, intentando no dañar a nadie con ninguna de ellas.
Elijamos la opción que elijamos, siempre tendremos la duda de, ¿qué habría pasado si hubiese elegido la otra opción? Pero eso nunca lo podremos saber. Nunca, por muchas suposiciones que hagamos, serían sólo eso, suposiciones.

Si realmente supiésemos qué nos depara el futuro, si existen decisiones correctas o incorrectas, si todo dependiera de uno mismo, si pudiéramos adivinar cómo van a terminar las cosas... quizá dejaría de existir el curso "natural" de las cosas, el aprender con el tiempo de cada experiencia. ¿Quién compraría otro boleto, que no fuera el que saliese premiado? ¿Quién compraría algo que supiese que después de un tiempo le va a costar más barato? ¿Quién empezaría una relación sabiendo que va a terminar mal? ¿Quién entablaría una amistad que luego se transformase en tóxica? ¿Quién aceptaría un trabajo en el que luego lo tratasen mal? ¿Quién tomaría o hiciese algo que le pudiera ocasionar enfermedad? ¿Quién se embarcaría en un viaje si sospechase que puede morir en él?
Vale.... cierto es que algunas de esta cosas, aún sabiendo que nos pueden sentar mal, se hacen... (fumar, vida sedentaria, comer muchas grasas, etc.) Quizás no han sido muy buenos ejemplos, pero el de la lotería, si, eh?? O el de las amistades y relaciones.

No hablo de romper un estado de confort. Tampoco hablo, aunque pueda parecerlo, de tomar decisiones con la cabeza o con el corazón, porque el uno puede confundir al otro... creo, y por tanto debe de ser algo conjunto.

Hablo de que se nos presenten cosas que no nos habíamos planteado, cuando ya hemos estado trabajando y luchando por cada decisión tomada en el trascurso de esa senda, cosas con las que no contábamos, ni hubiéramos imaginado, y que ahora, podamos llegar a imaginar, y nos gusten, aunque nos cueste creer en ello...

Dudar de si el contenido de ese acantilado, no es más que una alucinación, como un oasis en mitad del desierto... (un oasis, o un acantilado, da igual, que nos puede cambiar la vida), ¡¡imaginaros un acantilado así apareciéndose cada "x" metros de nuestra senda!!... O si es algo real, por increíble que parezca, y nos quedaremos con las ganas de saltar... Dudar, de dónde se encuentra verdaderamente la felicidad... Dudar de si hay algo más seguro que la certeza de que lo seguro no existe... y hay que vivir con ese riesgo.



Como de momento, no puedo vislumbrar los acontecimientos y consecuencias de esas decisiones en mi futuro... (de ser así, en serio, yo haría lo de comprar el boleto que fuera a salir premiado), ahí están las dudas... pululando y ocupando espacio y tiempo, que podría invertir en otras cosas...



Y como broche final, a esta reflexión, "donde nada es seguro..."